viernes, 26 de marzo de 2010

JAVIER GOMÁ Y LA CRISIS DE LOS VALORES EN LA EDUCACIÓN

Hoy en día no se deja de escuchar lo mismo en todas partes: “hay crisis de valores”, “los jóvenes han perdido el norte”, “los profesores no tienen autoridad”… Se repite lo mismo en la radio, en la televisión y en la prensa. Se escriben artículos y columnas diagnosticando el problema, pero nadie acierta a señalar la vacuna necesaria. Se dice “devolved la autoridad a los profesores”, como si eso fuese una empresa de fácil solución. La materialización de esta ridícula propuesta consiste en el endurecimiento (o en su defecto, la creación) de leyes pertinentes para devolver la autoridad perdida, como si a base de pagar multas fuera a cambiar la cosa. O, en cambio, introducir una asignatura para ello. A poca distancia están estas prácticas de las maniobras de presión de un gobierno totalitario. Será que los que proponen tales cosas poseen una mente embotada, supongo que por el hecho de haber vivido tanto tiempo en un régimen político de esas características. En cambio, en una democracia, la cosa cambia. Se dice que la democracia tiene por divisa tres palabras: libertad, igualdad y fraternidad. Como la fraternidad real en una sociedad no existe (le guste a quien le guste y le pese a quien le pese) yo siempre he pensado que se olvidaron de una palabra que colocar junto con “libertad” e “igualdad”: responsabilidad. Sólo mediante un uso responsable de nuestra libertad nos equiparamos a los demás, y por ello podemos contribuir a la felicidad de todos. Al reconocer un uso responsable de la libertad nos damos cuenta de que estamos ante un ejemplo de civismo para con el otro, y eso no es ni más ni menos que la democracia en acto. Lo malo de esto es que un acto verdaderamente cívico es un acto no impuesto por una ley, sino ejercitado mediante un uso consciente y voluntario de nuestra libertad como ciudadanos. Es malo porque hay que aprender a ser responsable, y la gente no tiene ganas de ello últimamente. Para conseguirlo hay que invertir mucho tiempo (algunos una vida entera) y, además, no funciona tan rápido como una ley. Pero sus consecuencias, si se llega a ellas, son más efectivas que todas las leyes que puedan aprobarse en una legislatura. La única persona en el ámbito intelectual que haya podido darse cuenta de ello y, además, sistematizarlo teóricamente, es Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965), letrado del Consejo de Estado, presidente de la Fundación Juan March y Doctor en Filosofía. Recientemente ha publicado un libro, Ejemplaridad pública (Taurus), donde señala que, en lugar de la imposición, debemos optar por la persuasión: crear modelos de conducta que sirvan de ejemplo a los demás ciudadanos y que gracias a ello se reconozca un buen uso de la libertad. Dedica los dos últimos parágrafos del libro a hablar de la ejemplaridad de los políticos y los funcionarios, pero yo habría escrito un libro entero hablando de la ejemplaridad en los maestros y profesores. Soy nieto de maestros, y ellos distaban mucho de los maestros de hoy. En todas las conversaciones que he tenido con gente que ha estudiado magisterio, muy contadas veces he escuchado que el pilar de la educación es el ejemplo. Hoy en día no hay conductas ejemplares porque, a mi juicio, se ha entendido mal el concepto de libertad: se ha señalado, haciendo la clásica distinción de Isaiah Berlin, a la libertad negativa como la auténtica libertad, y a la libertad positiva como un tipo erróneo de libertad. La libertad negativa no es más que libertad de hacer algo sin restricciones (la propia del liberalismo y de la economía capitalista), mientras que la libertad positiva es la libertad para hacer algo, ya que el individuo se encuentra en el lugar para realizarlo. O sea, la libertad es proporcionada a alguien por habitar en una sociedad. Se equiparó al totalitarismo con esta segunda opción, mientras que la democracia enarbolaría la bandera de la libertad negativa. El problema es que esa libertad (la negativa) es necesaria cuando hay opresión hacia el pueblo, y reclamarla es de justo derecho. Pero cuando una generación nace sin opresiones y con todas las oportunidades a su alcance (porque para eso la generación precedente luchó por dárselas) es necesario que esta nueva generación democrática reconozca que su libertad se da auspiciada por una historia que se lo permite. Los actos egoístas en sociedades libres son un mal uso de nuestra libertad, y surge por la confusión de estos dos conceptos de libertad. Por ello, la libertad de los jóvenes de hoy ha de ser una libertad para hacer algo, pues los jóvenes han de reconocer el valor de lo que han heredado y tienen por delante; han de darse cuenta de su posición privilegiada en la historia reciente para llegar más allá de lo que llegaron sus antecesores. El medio para conseguir esto parte de saber que deben tener comportamientos ejemplares, porque la sociedad democrática (o sea, nosotros mismos) nos lo permite y a la vez nos lo exige. Ya no hay modelos impositivos, sino el ejercicio ejemplar de nuestras libertades. Eso hace que cobre sentido la palabra “responsabilidad”, y que sea ésta indistinguible de “libertad”. Y los inspiradores de esto han de ser los maestros y profesores, porque no son unos funcionarios al uso, que trabajan una jornada determinada y después van a casa. El maestro es maestro siempre, porque la educación no se ciñe a la escuela, sino que consiste en enseñar a hacerse a uno mismo para crecer mediante el conocimiento. Y eso no dura lo que dura la primaria, la secundaria o el bachillerato, sino toda una vida. Por ello la labor del maestro es la más importante: conseguir que hagamos un uso responsable de nuestra libertad. Y el primer paso es dar ejemplo.

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